Este fin de semana siento que estamos viviendo un nuevo capítulo de nuestra historia. Baltasar Garzón acaba de abrir la primera causa contra el franquismo. Lo hace en un auto, en el que por primera vez se atribuye a Franco y a otras 34 personas la puesta en marcha de un plan de exterminio que hizo desaparecer a 114.266 hombres y mujeres, entre 1936 y 1952.
Leemos bien, aunque parezca increíble. Se habla de exterminio. Se habla de crímenes contra la humanidad. Se imputa a Franco, se imputa a los dirigentes de Falange Española durante ese período. Se autorizan un montón de exhumaciones de fosas comunes, solicitadas por asociaciones a favor de la recuperación de la memoria histórica.
Las voces más pesimistas dicen que finalmente todo quedará en agua de borrajas. Que una vez que se presenten los certificados de defunción de los dirigentes del régimen, la causa se extinguirá. Yo quiero pensar que en estos días empieza a escribirse una nueva página en nuestra historia. O en la revisión de la misma. En realidad, es una página que lleva escribiéndose mucho tiempo, gracias a todas aquellas personas que se han empeñado en repetir durante décadas que olvidar era injusto, perjudicial y además imposible.
Estoy convencida de que la historia tiene heridas. Y las tenemos las personas. Las portan, por ejemplo, las mujeres y los hombres que necesitan saber cuál es el paradero de sus antepasados y antepasadas, represaliados/as y asesinados/as por el franquismo. Las sufren quienes fueron lacerados y laceradas por el terror de la intolerancia. He oído tantas opiniones en contra: los muertos están muertos, no debemos remover la historia...
Y siguen sin convencerme. Para quienes sufren las heridas, en primera persona, la historia no es historia, porque no han podido pasar página; los muertos, y las muertas, son fantasmas. Las heridas necesitan reparación, pero para eso primero han de ser reconocidas como heridas. Nadie debería negar ese derecho. Recuerdo las palabras de William James, el filósofo pragmatista, cuando hablaba de "escuchar los gritos de los heridos"... Ante esos gritos, ¿quién tiene legitimidad para hablar de perdón y olvido?
De heridas sabe nuestra historia, como la del resto del mundo. Heridas pasadas, heridas presentes. Y heridas futuras, si no hacemos algo por curarlas. Occidente está lleno de heridas, después de las guerras y el horror del siglo XX. No creo que haga falta citar ejemplos concretos. Esas heridas, esa vergüenza y ese dolor se trasmiten y se heredan, de generación en generación, y así continuará sucediendo si no tomamos conciencia y escuchamos a quienes llevan tantos años gritando.
Así que espero, y deseo, que la causa no se extinga. Que continuemos hablando de crímenes contra la humanidad, de exterminio, de represión y desapariciones forzosas aunque ello nos ahogue, nos produzca vergüenza y nos haga mirarnos, unas/os a otras/os, con el estupor de quien se pregunta cómo continuar. Dolerá, sin duda. Pero será el primer paso para reparar y sanar todo el daño infligido, consensuado y silenciado.
Escuchemos los gritos de los heridos y las heridas, porque sólo así lograremos reconocer nuestras propias laceraciones, individuales y colectivas, y sanarlas de una vez.
Gracias a todas aquellas y a todos aquellos que estáis haciendo que esto sea posible. Gracias.
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